¿Y para qué sirve el lenguaje escrito? Le damos tanta importancia a su descubrimiento que dividimos el pasado en un antes y un después, entre historia y prehistoria. No es exagerado. Es un invento maravilloso, tal vez el salto más importante que ha dado la humanidad: permite empaquetar información y transportarla en el espacio y en el tiempo. Permite congelar un mensaje, una idea, y evitar que se pudra. A la palabra escrita no se la lleva el viento.
También tiene algunas desventajas. Hace falta compartir un mismo código entre el que crea el mensaje y el que lo recibe. Requiere un aprendizaje. También exige un esfuerzo intelectual mayor del que supone la comunicación oral. Además, parte de la información se pierde en el proceso y se crean ambivalencias que el emisor no suele estar ahí para resolver.
La mayoría de las personas se expresan mejor hablando que escribiendo. Escribir bien requiere esfuerzo y ejercicio y sólo los sacerdotes de la escritura más expertos son capaces de realizar el hechizo de tal forma que el mensaje que se recibe sea lo que se pretendía transmitir. Pese a ello, nunca se consigue a la perfección, pues esa perfección sólo existiría si pudiésemos transmitir nuestros pensamientos de forma telepática.
Desde que llegó la imprenta, la palabra escrita mejoró el más importante de sus valores, el de multiplicar lo más poderoso que existe: las ideas. Lo hizo tan bien que revolucionó el mundo. Lo hizo tan bien que acabó con la tradición oral de los juglares y los trovadores, que se vieron desplazados del papel protagonista en la difusión de la cultura del mismo modo que la música grabada acabó con la mayoría de las orquestas.
Con Internet, esa capacidad para multiplicar las ideas se ha vuelto democrática y ya no está controlada por unos pocos intermediarios. Y esa vieja función que cumplían las cartas de transmitir información a través del espacio, cuyo uso estaba a punto de desaparecer por culpa del teléfono, resucitó con el correo electrónico.
La gente volvió a escribir, entre otras cosas, porque era más barato y cómodo mandar un e-mail que telefonear. El motivo económico también fue clave en el éxito de los mensajes cortos del móvil, que te ahorran una llamada. Sin embargo, puede que este renacer del código escrito sea temporal. Tal vez es sólo una cuestión de tecnología y ancho de banda.
El código escrito tiene otros valores, como la representación icónica o la capacidad de clasificación que facilita el manejo de grandes cantidades de información. Pero para esta última función también estarán las máquinas, que serán capaces de ordenar el audio o el vídeo de la lengua hablada con la misma versatilidad que hoy lo hacen con el alfabeto.
Puede que dentro de unos cuantos siglos el único nicho que le quede al alfabeto sea el de su propia Némesis. El código escrito será el código máquina, el que interpretan los ordenadores, mientras los humanos volveremos a nuestro pasado, a esa extraordinaria facultad que nos distingue del resto de los seres vivos y que adquirimos de forma casi espontánea en nuestra infancia. Porque lo natural es hablar.
Ignacio Escolar
También tiene algunas desventajas. Hace falta compartir un mismo código entre el que crea el mensaje y el que lo recibe. Requiere un aprendizaje. También exige un esfuerzo intelectual mayor del que supone la comunicación oral. Además, parte de la información se pierde en el proceso y se crean ambivalencias que el emisor no suele estar ahí para resolver.
La mayoría de las personas se expresan mejor hablando que escribiendo. Escribir bien requiere esfuerzo y ejercicio y sólo los sacerdotes de la escritura más expertos son capaces de realizar el hechizo de tal forma que el mensaje que se recibe sea lo que se pretendía transmitir. Pese a ello, nunca se consigue a la perfección, pues esa perfección sólo existiría si pudiésemos transmitir nuestros pensamientos de forma telepática.
Desde que llegó la imprenta, la palabra escrita mejoró el más importante de sus valores, el de multiplicar lo más poderoso que existe: las ideas. Lo hizo tan bien que revolucionó el mundo. Lo hizo tan bien que acabó con la tradición oral de los juglares y los trovadores, que se vieron desplazados del papel protagonista en la difusión de la cultura del mismo modo que la música grabada acabó con la mayoría de las orquestas.
Con Internet, esa capacidad para multiplicar las ideas se ha vuelto democrática y ya no está controlada por unos pocos intermediarios. Y esa vieja función que cumplían las cartas de transmitir información a través del espacio, cuyo uso estaba a punto de desaparecer por culpa del teléfono, resucitó con el correo electrónico.
La gente volvió a escribir, entre otras cosas, porque era más barato y cómodo mandar un e-mail que telefonear. El motivo económico también fue clave en el éxito de los mensajes cortos del móvil, que te ahorran una llamada. Sin embargo, puede que este renacer del código escrito sea temporal. Tal vez es sólo una cuestión de tecnología y ancho de banda.
El código escrito tiene otros valores, como la representación icónica o la capacidad de clasificación que facilita el manejo de grandes cantidades de información. Pero para esta última función también estarán las máquinas, que serán capaces de ordenar el audio o el vídeo de la lengua hablada con la misma versatilidad que hoy lo hacen con el alfabeto.
Puede que dentro de unos cuantos siglos el único nicho que le quede al alfabeto sea el de su propia Némesis. El código escrito será el código máquina, el que interpretan los ordenadores, mientras los humanos volveremos a nuestro pasado, a esa extraordinaria facultad que nos distingue del resto de los seres vivos y que adquirimos de forma casi espontánea en nuestra infancia. Porque lo natural es hablar.
Ignacio Escolar
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